jueves, 31 de marzo de 2011

Reflexiones sobre la sidra

La semana pasada asistí a una de las catas más interesantes a las que he asistido últimamente. Pero no fue de vinos curiosamente, sino de sidras. Me invitó un antiguo compañero de facultad, que actualmente está realizando, junto a otras personas, un estudio sobre cómo se comportan algunas de nuestras variedades autóctonas de manzana. Eso fue precisamente lo que hicimos, catar diferentes sidras monovarietales. Goikoetxea, Patzuloa, Txalaka, Moko…son algunos de los nombres de estas manzanas. De entre todas ellas destacó la Moko, para bien o para mal, una manzana con una nariz y una estructura que no dejaron a ninguno indiferente.

La experiencia fue sumamente enriquecedora y quedó bien claro el por qué para la elaboración de sidra se mezclan diferentes variedades de manzanas. A la finalización de este estudio, estará mucho más clara la proporción de manzanas de una u otra variedad a emplear dependiendo de qué tipo de sidra queramos elaborar. 

Este es uno de los más importantes pasos que se están dando para la mejora de nuestra sidra. Desde mi punto de vista, una sidra de calidad y con personalidad, no se comprende sin el empleo de variedades autóctonas y una elaboración natural. Para esto debemos conocer a fondo nuestros suelos y nuestras variedades de manzana, debemos ser estudiosos y observadores de nuestro entorno. El trabajo en bodega pienso que debe limitarse a “no estropear” lo que traemos de nuestros manzanos, empleando siempre levaduras indígenas, valiéndonos de los avances técnicos, el conocimiento y experiencia personal y el apoyo de los técnicos. 

Personalmente prefiero sidras con pequeños defectos pero plenas de complejidad aromática, intensidad de sabor y profundidad a otras “tecnológicas” sin defecto alguno, inexpresivas y carentes de toda personalidad.

Dos vinos para llorar

Si le preguntas a un ruso millonario cual de las botellas que ve en la foto quiere tomar, te dirá sin lugar a dudas “la de colorr orro, porr favorr”. Si no le enseñas la foto y le preguntas cual quiere tomar, te dirá “la más carra, porr favorr”. Pues da la casualidad que este Armand de Brignac cumple las dos condiciones. El único problema es que lo que encierra dentro esta botella no justifica de ninguna forma los más de doscientos euros que cuesta…champagne carente de personalidad, pesado, muy pesado, con un dosage tremendamente elevado que hace que sea complicado terminar la botella…un vino para llorar de rabia si has pagado lo que cuesta...

Una de las muchas cosas buenas de juntarte todos los meses con unas cuántas personas enamoradas del vino, es que puedes descorchar botellas que tienen precios elevados sin que tu bolsillo se resienta demasiado. A veces sale bien la cosa y otras veces no.

Abrimos en la misma cata, otra botella de precio elevado, un champagne de aproximadamente ciento sesenta euros. Alguna vez me han preguntado qué es para mí un gran vino. Tengo claro que un gran vino es aquel que te hace vibrar, que te transmite una energía especial, que te entra un escalofrío por la columna que te sube hacia el cuello y desemboca en la cabeza, que te pone la piel de gallina y que finalmente te hace llorar: así es Jacques Selosse 99.

Un día para disfrutar



















El concurso de cata por parejas de Vila Viniteca es uno de esos concursos, que todo aficionado o profesional del vino debería presentarse. Hora y media para catar a ciegas siete vinos y debatir con tu pareja el país de procedencia, la región, la Denominación de Origen o similar, la añada, variedad o variedades, elaborador o bodega y nombre del vino…casi nada. Hora y media para disfrutar, debatir y poner a prueba tu habilidad a la hora de descifrar toda esta serie de datos.


El único “pero” es que este año la calidad de los vinos ha sido decepcionante, carentes en su mayoría de tipicidad, lo que añade todavía más dificultad a un concurso que de por sí es sumamente complicado.

Dos ejemplos de ello:
- En el primer vino, tanto Iban Mate, mi pareja del concurso, como yo, no dudamos en asegurar que era un cava, eso sí, un buen cava, concretamente el “Visol” de Mestres. Una vez finalizada la cata, todas y cada una de las personas participantes con las que charlamos, dijeron sin lugar a dudas, voy a repetir y lo voy a poner con mayúsculas SIN LUGAR A DUDAS que era un cava. Pues bien, llegó la hora de descubrir las botellas y el primer vino se trataba de…Dom Perignon 2002, como todos sabéis un Champagne de unos 120 euros la botellita.
- Entre todos los participantes había varios elaboradores, algunos de ellos de incuestionable reputación. Y se dio la casualidad. Uno de los vinos del concurso lo había hecho uno de estos mediáticos elaboradores y…¡no supo reconocer su vino!

Conclusiones:
- El año que viene Iban y yo volveremos a presentarnos, puesto que es el concurso más divertido de todos. No hemos fallado ningún año hasta ahora. 
- A botella vista…todo el mundo es listo, pero cuando se tapan las botellas…
- ¡¡¡Cuidado con Dom Perignon 2002!!! Si queréis beber algo parecido, con algún buen cava de 15 euritos…